Discursos de Odio

Objetivo perverso: DAÑAR

No puede decirse que sea una práctica propia de nuestros días, de nuestra época. Sin embargo, la fuerte presencia de las redes sociales ha potenciado su influencia negativa, que daña personas, grupos sociales, conductas y valores. La importancia de interrumpir su divulgación, por parte de los ciudadanos.

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Un presidente, en un foro global, acusa a personas pertenecientes a la colectividad LGBTQ como “abusadores”. Un youtuber, ante la muerte de un líder político, señala: “Uno menos”. Un político, luego de una derrota electoral, acusa a sus adversarios votantes de “burros, brutos, y pobres”. Estos, son sólo algunos ejemplos donde la intolerancia no encuentra fin. Los discursos de odios son expresiones que buscan atacar, discriminar o despreciar personas o grupos. Puede ser por razones religiosas, de género, de orientación, de origen, sexual, ideológicas o cualquier otra característica. Pueden aparecer en forma de comentarios, publicaciones en redes sociales, discursos políticos e incluso “chistes inocentes”, que en realidad refuerzan prejuicios. Hoy en día se difunden, mucho más rápido por internet, especialmente en redes sociales, donde muchas personas se sienten con la libertad de decir cualquier cosa sin pensar en las consecuencias que puedan generar. El objetivo principal, de los discursos de odio, es generar rechazo, miedo o violencia hacia ciertas personas y/o grupos sociales, presentándolos como “enemigos” o “culpables” de los problemas sociales. También busca dividir a la sociedad, creando enfrentamientos, entre “nosotros” y “ellos”. En muchos casos se usan con fines políticos, para manipular emociones y conseguir apoyo a través del miedo o el enojo. Los discursos de odio no se quedan sólo en palabras: pueden provocar discriminación, exclusión, violencia física o simbólica, e incluso justificar crímenes. Además, afectan la convivencia democrática, porque cuando se naturaliza el odio, se pierde el respeto por las diferencias y la posibilidad de dialogar. En las redes sociales también pueden generar acoso masivo y dañar gravemente la salud mental de las personas que son blanco de esos ataques. Hoy podemos ver comentarios racistas o xenófobos contra inmigrantes, discursos políticos que culpan a ciertos grupos (mujeres, personas LBBTIQ, extranjeros) de los problemas económicos, burlas o publicaciones violentas sobre personas, por su aspecto físico o identidad, o influencers y/o figuras públicas que promueven ideas machistas o discriminatorias y sus seguidores las repiten. Las redes sociales han permitido desarrollar con fuerza este tipo de discursos, tanto en internet, como en la política. Hoy vemos que ciertos líderes promueven odio hacia minorías, que son seguido por miles de usuarios, y aunque parecen prácticas novedosas, son los mismos mecanismos del pasado, adaptados al mundo digital. La disyuntiva es, hoy, qué podemos hacer como ciudadanos, para atenuar o evitar estos mensajes dañinos para la convivencia humana. Y la pregunta central es ¿cómo contrarrestarlos?. Inicialmente, es fundamental educar en empatía y pensamiento crítico. Debemos enseñar, y aprender, a detectar cuándo algo es discriminatorio, a no reproducirlo, y no responder con más odio, sino con información y respeto. Será de suma importancia, a la vez, cambiar las prácticas culturales, fomentando el respeto y la inclusión, particularmente, desde la escuela, los medios y las familias.Por otro lado, es de suma importancia el rol del Estado, en tanto debe proteger a los ciudadanos y garantizar los derechos humanos. Eso incluye sancionar los discursos que inciten a la violencia o la discriminación. Debe promover políticas educativas y campañas de concientización para prevenir el odio y fomentar la convivencia. El Estado deberá legislar, respecto de las plataformas digitales, a los efectos de evitar, controlar, descartar, la difusión de mensajes “peligrosos”, sin afectar la libertad de expresión. Ello significa no censurar, pero sí marcar límites claros cuando el discurso se transforma en violencia. Finalmente, podemos “dejar que todo siga igual”…, o contribuir a que se modifique una práctica perversa que sólo daña. Claramente, debemos, entonces, ser respetuosos y tolerantes con las diferencias, con aquellas/os que no piensan igual. Es imprescindible saber que no es necesario estar de acuerdo en todo…, que allí, en las diferencias, reside una de las razones más significativas de las relaciones humanas. Ello incluye el “podernos escuchar”…, el pensar que no siempre la “razón”, está de nuestro lado.

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